En función de lo que acabamos de señalar, cada «ser», considerado en su individualidad, puede ser representado simbólicamente por una «esfera», como René Guénon lo ha expuesto tan justamente en El Simbolismo de la Cruz.
En el símbolo del «collar de Perlas», esa alineación circular de esferas adyacentes, vemos que, bajo esta forma manifestada, ellas no son más que una sucesión de individualidades perfectamente aisladas y en modo alguno unidas por sí mismas. Por otra parte, ¿Cómo podría ser de otra manera puesto que el nacimiento de un «ser» cualquiera es el producto de un «principio de individuación»? Se habla también de la «esfera de influencia» que cada ser puede pretender poseer. Es igualmente notable observar en esta figura que las diferentes esferas no pueden llegar a estar en contacto más que por medio de un solo «punto», casi inmaterial, dicho de otro modo sólo pueden estar en contacto en un lugar de «comunicación» no manifestable, mientras que el volumen de la esfera es el mayor de todos los sólidos de igual superficie. Vemos pues que los «individuos», que tienden naturalmente a ocupar el mayor espacio presentando la mayor superficie de intercambios posibles, están reducidos, por el contrario, a no poder comunicarse con sus semejantes más que mediante un punto geométricamente sin dimensiones.
Sin embargo, el simbolismo del collar nos revela que las «perlas» están unidas por un hilo que pasa por el «centro» de cada una de ellas. Si nuestro intelecto puro se concentra en esta «meditación», nos hace comprender que es imposible unir a los hombres de otra manera más que por sus centros respectivos, y ni siquiera por sus manos entrelazadas. Así, el reconocimiento, seguido del «conocimiento» de su propio «centro» por parte de cada hombre es lo único que puede engendrar la noción de «fraternidad», porque el hombre es absolutamente de la misma naturaleza que dicho «centro» y porque proviene de la misma «fuente», como lo indica expresamente el «hilo» que une las «perlas». Pues, aún cuando el hilo se «rompa», las perlas no pierden por ello su «centro», identificado así en lo sucesivo.
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