EL OJO DE LA CERTEZA

En un principio, el hombre primordial, el Adam Kadmon o Adam Primordial, en una existencia paradisíaca contaba con un cuerpo glorioso, etéreo e incorruptible, en perfecta comunicación con la Divinidad. Sin embargo, dotado de libre albedrío decide ingresar al mundo de la dualidad y de las forma, desciende a la naturaleza naturada, pierde la consciencia del yo verdadero así como la comunicación directa que tenía con la Divinidad. Revestido con su túnica de piel, su nuevo cuerpo va a ocultar su núcleo de inmortalidad, de tal manera que su ojo espiritual como órgano de percepción interior se cierra a la Luz Divina y es entonces cuando se abren los ojos físicos al mundo de la dualidad . Por todo ello, este Adam terrestre, síntesis formulada por Dios del Adam Kadmon o Adam Primordial, en la cual el Macrocosmos se reproduce en el Microcosmos, debe comenzar a enfrentarse al mundo manifestado, así como al conocimiento del bien y el mal.

Al percatarse de que toda lo exterior tiene un origen interior en el Ser en donde tuvo nacimiento, primero como causa y luego como efecto, trata de efectuar su Gran Obra, buscando retornar al Paraíso perdido , mediante un perseverante e intenso trabajo interior que le permita re-encontrar su propia realidad, valiéndose para ello tanto de sus facultades y de su naturaleza psíquica, así como de la ayuda de Dios. De esta manera el cuerpo físico, que nos permite la percepción del mundo material a través de los sentidos, va a constituir un importantísimo factor para nuestro desarrollo y evolución espiritual.

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EL HOMBRE: ESCALA, PUENTE Y MEDIADOR

El hombre es el símbolo de la existencia universal (El-insânu ramzul-wujûd); y si consigue penetrar hasta el centro de su propio Ser, alcanza por eso mismo el conocimiento total, con todo lo que ello implica por añadidura: «el que conoce a su Ser, conoce a su Señory conoce entonces todas las cosas en la suprema unidad del Principio mismo, en el cual está contenido eminentemente toda realidad.»
René Guénon: Apercus Sur l’Initiation» Chap. XLI, pág. 266. Editions Traditionnelles, Paris, 1964.
 
Cuando el hombre ha logrado alcanzar el punto de situarse en el centro de todas las cosas; es decir, cuando ha alcanzado la realización integral de su humanidad, se dice que «El Cielo es su padre y la Tierra es su madre.» Tal es el hombre que la tradición taoísta distingue como el Hombre Verdadero (tchenn-jen), la tradición sufí denomina el Hombre Primordial (al-Iinsanul-qadim), y Martines de Pasqually define como el Hombre  restaurado a su estado primordial, es decir, en sus primeras propiedades, virtudes y poderes espirituales y divinos.»
  (“Traite de la Reintegration des Etres«).

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EL PALO ENCEBADO O LA CUCAÑA, ALGO MÁS QUE UNA SIMPLE DISTRACCIÓN POPULAR

Cuando un determinado conocimiento tradicional está a punto de extinguirse, sus depositarios lo confían a la memoria colectiva de los pueblos, para que el mismo se conserve a través de los tiempos, hasta que nuevamente pueda ser descubierto, re-interpretado e inclusive ajustado a su verdadero sentido.
El pueblo entonces, aún sin saberlo y mucho menos comprenderlo, puede guardar de esta manera los residuos de antiquísimas tradiciones, impidiendo que su conocimiento se pierda para siempre.

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«BREVES COMENTARIOS SOBRE EL ZODÍACO Y EL SIGNO DE LIBRA»

El Zodíaco conforma un ciclo de evolución general del Cosmos, del movimiento de la vida, del descenso de la energía-consciencia en la materia-limitación, así como de su regreso al estado ilimitado y por consiguiente del ritmo de la transmutación de la energía que se manifiesta en los diferentes estados del Ser.

El Zodíaco constituye en sí mismo, un esquema universal que nos ayuda a comprender la relación que existe entre la esencia y la existencia, aplicable en todos los estados de la manifestación, tanto en la evolución el mundo en general como en la propia constitución del hombre.  

Etimológicamente viene de la palabra griega zoe, que significa vida con implicaciones en el Principio de Movimiento, además de ser la raíz de zoon, que significa animal; así mismo se deriva de diakos que significa rueda o círculo, por lo que el Zodíaco bien se puede traducir como “rueda, ciclo o círculo del movimiento de la vida”. En sanscrito significa “rueda de los signos”.

La rueda constituye básicamente un símbolo del mundo y expresa tanto movilidad como inmovilidad, ya que desde su eje, fuente o centro inmóvil, que sin duda lo podemos relacionar con lo inmanifestado, se expande hacia la periferia de la circunferencia, lo que a su vez sería vinculable con la manifestación. De manera que en este sentido estaríamos ante los conocidos Principios de Concentración y de Expansión, o  de la expansión de la multiplicidad desde la Unidad, es decir de la acción ineludible del Principio dentro de la Creación.

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“LAS MANOS: EXCELENTES INSTRUMENTOS DE LA CREACIÓN» Continuación (nociones complementarias)

Desde los tiempos más remotos, el hombre siempre ha dejado constancia, tanto de sus actividades, de los instrumentos que utilizaba cotidianamente y de los animales cazados o con los cuales convivían, así como de sus propios pies y manos abiertas, según se ha podido observar en pinturas y grabados hallados en numerosas cuevas, grutas y cavernas de Europa, Asia y Mesoamérica.

Las manos conforman una enorme central energética debido a la numerosa cantidad de venas, arterias finísimas y terminaciones nerviosas que llegan hasta ellas, las cuales se conectan y le transmiten al cerebro las sensaciones e informaciones que reciben, además de contribuir al movimiento de las manos en general y de sus dedos, producidos desde el antebrazo. De igual manera existe una estrecha relación entre las emociones registradas por el sistema nervioso central y la reactividad neuro vascular de las manos, que a nivel físico se traduce básicamente en cambios de temperatura, palidez, enrojecimiento o amoratamiento y una sobre actividad de las glándulas sudoríparas.

Las manos, órganos por excelencia del sentido del tacto, permiten palpar y obtener o complementar la información  que se recibe mediante los otros sentidos como son la vista, el oído, el olfato y el gusto. Además, de expresar el sentir del ser humano, más fidedignamente que el habla.

En los rituales masónicos las manos tienen una especial importancia, en lo referente a sus signos y tocamientos, pues los mismos ciertamente constituyen un lenguaje que transmite una enseñanza profunda, puesto que surgen desde el subconsciente del ser humano.

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EL COLLAR DE PERLAS Y LA CADENA DE UNIÓN por Philippe Bouet, ‘UMAR

En función de lo que acabamos de señalar, cada «ser», considerado en su individualidad, puede ser representado simbólicamente por una «esfera», como René Guénon lo ha expuesto tan justamente en El Simbolismo de la Cruz

En el símbolo del «collar de Perlas», esa alineación circular de esferas adyacentes, vemos que, bajo esta forma manifestada, ellas no son más que una sucesión de individualidades perfectamente aisladas y en modo alguno unidas por sí mismas. Por otra parte, ¿Cómo podría ser de otra manera puesto que el nacimiento de un «ser» cualquiera es el producto de un «principio de individuación»? Se habla también de la «esfera de influencia» que cada ser puede pretender poseer. Es igualmente notable observar en esta figura que las diferentes esferas no pueden llegar a estar en contacto más que por medio de un solo «punto», casi inmaterial, dicho de otro modo sólo pueden estar en contacto en un lugar de «comunicación» no manifestable, mientras que el volumen de la esfera es el mayor de todos los sólidos de igual superficie. Vemos pues que los «individuos», que tienden naturalmente a ocupar el mayor espacio presentando la mayor superficie de intercambios posibles, están reducidos, por el contrario, a no poder comunicarse con sus semejantes más que mediante un punto geométricamente sin dimensiones. 

Sin embargo, el simbolismo del collar nos revela que las «perlas» están unidas por un hilo que pasa por el «centro» de cada una de ellas. Si nuestro intelecto puro se concentra en esta «meditación», nos hace comprender que es imposible unir a los hombres de otra manera más que por sus centros respectivos, y ni siquiera por sus manos entrelazadas. Así, el reconocimiento, seguido del «conocimiento» de su propio «centro» por parte de cada hombre es lo único que puede engendrar la noción de «fraternidad», porque el hombre es absolutamente de la misma naturaleza que dicho «centro» y porque proviene de la misma «fuente», como lo indica expresamente el «hilo» que une las «perlas». Pues, aún cuando el hilo se «rompa», las perlas no pierden por ello su «centro», identificado así en lo sucesivo. 

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LAS MANOS: EXCELENTES INSTRUMENTOS DE LA CREACIÓN”

Tomando en consideración que todos los órganos del cuerpo humano además de cumplir sus propias funciones físicas siempre tienen un propósito espiritual, hoy vamos a exponer aunque sin agotar el tema, por demás sumamente extenso, algunas breves consideraciones sobre las manos, en vista la importancia que revisten tanto en el plano físico como en el espiritual, el cual es el que específicamente nos interesa, pues en todo caso, debido a la amplia capacidad expresiva del cuerpo humano, éste es el medio utilizado por el Espíritu para manifestarse en el ámbito material.

Las manos constituyen dos de las extremidades del cuerpo humano, ubicadas al final de los antebrazos, integradas cada una por cinco dedos presentan desde la muñeca hasta la yema de los mismos numerosas terminaciones nerviosas.

Caracterizadas por una diversidad de movimientos, cada una por sí misma y en conjunto, configuran unos excelentes instrumentos de la creación, (Ione Szalah. Kabaláh, Diccionario, pág 237) toda vez, que debido a su versatilidad están específicamente constituidas tanto para el hacer o elaborar como para el retener, contener y frenar. Además de transmitir una serie de sentimientos dentro de la gama del afecto o del odio y ayudar en algunos procesos de curación, también tienen una percepción táctil. Expresan de esta manera una función activa en contraposición a otra función pasiva, que entre sí se complementan muy bien.

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LA ALEGRÍA Y LA FELICIDAD EN EL TRABAJO ESPIRITUAL por Elizabeth Galindo

En estos meses tan duros y difíciles que estamos viviendo ante la terrible epidemia del Covid 19, y sus variantes, que inmisericordemente azota a toda la humanidad, y que inevitablemente por todas sus consecuencias socio-culturales, reflejadas principalmente en lo económico, en la salud y en lo espiritual, la incertidumbre de no saber cuándo nos libraremos de esta pandemia, acarrea en general, una gran desestabilidad emocional, que se traduce en ansiedad, impotencia, inseguridad, tristeza, somatización de enfermedades, desesperación y dolencias de todo tipo; signo inequívoco de los avances del kaly yuga o de la llamada “edad sombría” o “edad de hierro”, resulta propicia la ocasión para reflexionar sobre un tema sumamente importante para nosotros, relacionado con el trabajo espiritual.

El trabajo espiritual constante, como quiera que ordena diferentes aspectos de nuestra vida, genera indudablemente un estado de calma, paz y sosiego, tanto en lo físico como en lo mental, cuya sinceridad y perseverancia, a través del tiempo permitirá la elevación del alma y la obtención del conocimiento directo de las verdades trascendentes. Esa elevación espiritual, aunque sea por brevísimos instantes produce, sin lugar a dudas, una inmensa sensación de bienestar acompañada de una exaltación emocional. Es un don o gracia Divina que conduce al llamado “estado de gracia o de presencia”, que en el sufismo se le conoce como Ḥāl, cuyo plural es Aḥwāl. El Ḥāl, ciertamente es un estado espiritual concedido por Dios, como respuesta a los sinceros esfuerzos realizados con devoción, paciente y perseverantemente en la búsqueda de nuestro verdadero Ser.

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LA MASONERÍA PRIMIGENIA por Fermín Vale Amesti

Se entiende por Masonería primigenia, la Orden iniciática Antigua y Original, de la cual se deriva lo que hoy se conoce como masonería y franc-masonería con sus diversas variantes.

La Masonería Primigenia es la Masonería integral: Comprende una Doctrina Iniciática Externa y preparatoria que corresponde a la Teoría, paralelamente a una praxis de orden interior, individual, que bien puede denominarse una ascesis basada en el arte real o Regio relacionado con el arte de construir y un Simbolismo que le es propio. La praxis comprende el método o técnica de Realización Espiritual que está sintetizada en las palabras cuyas iniciales forman la palabra v.i.t.r.i.o.l.

Como bien puede advertirse, se trata de la Masonería que va más allá de lo simplemente especulativo y Teórico, que mediante la alusión Simbólica al Arte de Construir, convierte a éste en una transposición analógica que le permite al Masón Operativo realizar la construcción de su propio templo interior. Es arte porque tiene su fundamento en la técnica operativa que constituye de hecho una “Ciencia del Alma” o Arte de Desbastar y Pulir la Piedra….Las Enseñanzas herméticas están cuidadosamente “disimuladas” bajo un profundo y rico Simbolismo. Se trata de una Ciencia COSMO-lógica que se relaciona con el desarrollo de las más altas posibilidades del estado individual humano considerado en su integralidad. Corresponde por lo tanto a una etapa en El Sendero que puede conducir al Objetivo Supremo; etapa que se conoce desde milenios como “Iniciación en los misterios menores”, y que son la preparación indispensable para poder alcanzar los misterios mayores.

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LA MEMORIA INÚTIL por Ümar

En nuestro artículo sobre «La piedra cúbica en punta» (1) habíamos indicado que las observaciones sobre los símbolos son accesibles a todo «iniciado» sin exigir por su parte una «cultura» cualquiera, sea ésta religiosa, científica, semántica o teológica. El presente artículo se propone desarrollar esta afirmación y demostrar su fundamento y su veracidad, basándonos en lo que nos dice René Guénon sobre la metafísica y, más particularmente, en su conferencia titulada «La Metafísica oriental», de la cual extraemos las citas que seguirán a continuación.

Intentaremos así hacer comprender que la «realización» se obtiene a través de la progresiva supresión de los «conceptos», y no por la acumulación, por racional que sea, de lo que los modernos, erróneamente, acostumbran a llamar «conocimientos».

Ciertamente, Aristóteles nos enseña que «el alma es todo lo que conoce». La lectura superficial de esta afirmación está en la base de toda la enseñanza actual, que consiste en acumular «conocimientos» sobre todos los temas posibles, y más específicamente los conocimientos llamados filosóficos, históricos, científicos, lingüísticos, tecnológicos, etc., según la idea primaria de que «cuanto más se sabe, más rico es este saber».

Ahora bien, se observará que esta «culturización» exige, sin excepción alguna posible, la posesión (o la adquisición mediante las técnicas apropiadas) de una memoria muy sólida. Por otra parte, son innumerables los «institutos» que proponen métodos de adquisición o de fortificación de la memoria, e incluso «métodos de lectura rápida».

E, incluso, en el seno de las propias organizaciones iniciáticas esta idea está de tal forma admitida que se exige a la mayoría de los candidatos a la iniciación una «cultura» previa a su admisión, pudiendo llegar hasta una preferencia por los «universitarios», y esto tanto más cuanto que tales organizaciones creen absurdamente haber pasado de lo operativo a lo más puramente especulativo.

De hecho, si juzgamos según la proliferación de los «diccionarios de los símbolos», o según la multiplicidad a menudo anárquica de términos hebreos, desviados o no, en los rituales de los Talleres llamados «superiores», no se podría conceder un prejuicio favorable al candidato cuya memoria de conocimientos profanos o exotéricos no alcance un nivel mínimo.

¿No se llega incluso a pedir al postulante, según el «tinte» característico del taller, el conocimiento actualizado del salario mínimo interprofesional, de las organizaciones sindicales en vigor, de la historia de la revolución francesa o de los filósofos más recientes, cuando no de los escritores más discutibles, al estilo de Sartre, Teilhard de Chardin, Aragon, Marcuse, Marx, Freud, Jung y tantos otros?

Así, aquel cuya memoria no haya sido solamente mantenida, sino también desarrollada, no tendría posibilidad alguna de acceder a la «realización metafísica», que es, no obstante, el objetivo último de la iniciación.

Ahora bien, Aristóteles dijo que «el alma es todo lo que conoce», y no «todo lo que sabe». Esta deformación de la idea de «conocimiento», indebidamente asimilada al «saber», conduce incluso a los más aptos a la desilusión y a la renuncia, y no dejar subsistir, en las altas esferas de la Franc-Masonería, más que a universitarios, para los cuales, evidentemente, las posibilidades de realización están, muy a menudo, en razón inversa a sus numerosas cualificaciones profanas. Y ello porque esta aptitud para la memorización de los datos o hechos más diversos y a menudo más disparatados es un verdadero obstáculo en la vía del conocimiento metafísico, que es, como nos dice René Guénon, «el conocimiento supra-racional, intuitivo e inmediato» de lo que «está más allá de la naturaleza», es decir, de lo «sobrenatural».

Tal como está aquí enunciado, este conocimiento aparece como la antítesis de la memoria, definida ésta como «la facultad que consiste en conservar los estados de conciencia pasados y los conocimientos adquiridos, y de poder evocarlos a voluntad».

Incluso si se admite generalmente que la memoria es evolutiva y que se modifica en función de la naturaleza de las cosas memorizadas, no es menos cierto que todo el saber moderno está condicionado por la buena conservación de los conceptos y de los hechos registrados.

La definición de la memoria precisa que se trata, ya de estados de conciencia, ya de conocimientos adquiridos: y esto es evidente, puesto que lo que debe ser conservado proviene necesariamente del exterior. Se habla incluso de «almacenar» los datos conceptuales, sean compatibles entre sí o no.

Ciertamente, René Guénon admite que «…los medios de la realización metafísica… deben estar al alcance del hombre», y que «…es en las formas que pertenecen a este mundo, donde se sitúa su manifestación presente, que el ser tomará un punto de apoyo para elevarse por encima de este mundo; palabras, signos simbólicos o procedimientos preparatorios cualesquiera no tienen otra razón de ser ni otra función…son soportes, y nada más».

Así, se podría creer, como muchos piensan, que cuantos más símbolos, palabras y signos conoce un iniciado, derivados de las lenguas sagradas antiguas o actuales, más oportunidades tendrá de acceder al conocimiento metafísico. Abundan así los «trabajos» llenos de citas en sánscrito, en hebreo, en árabe, con el loable aunque a menudo estéril objetivo de enriquecer e ilustrar los conceptos desarrollados. Si a veces ocurre que estas citas tienen como efecto el poner de relieve la universalidad de un concepto, a menudo el resultado obtenido consiste en dispensar al lector de profundizar por sí mismo su propia reflexión sobre los símbolos.

Ahora bien, Guénon nos pone inmediatamente en guardia a este respecto al precisar que «…no confundamos un simple medio con una causa en el verdadero sentido de la palabra», y que «no debemos entender la realización metafísica como un efecto cualquiera de algo, porque no se trata de la producción de algo que no exista todavía, sino de la toma de conciencia de lo que está, de manera permanente e inmutable, fuera de toda sucesión temporal o de otro tipo, pues todos los estados del ser, considerados en su principio, están en perfecta simultaneidad, en el eterno presente».

Lo que es permanente e inmutable no tiene evidentemente ninguna necesidad de ser memorizado ni conservado. Mientras que la memoria supone un conocimiento cronológico de los hechos memorizados, el conocimiento puro exige, por el contrario, una abolición de las condiciones temporales, y quien está en la vía debe primeramente franquear las limitaciones de las condiciones temporales, a fin de que la aparente sucesión de las cosas pueda transmutarse en simultaneidad y pueda nacer en él «el sentido de la eternidad, facultad ésta desconocida por el hombre ordinario».

E insiste: «Esto es de una extrema importancia, pues quien no pueda escapar del punto de vista de la sucesión temporal y considerar todas las cosas de modo simultáneo es incapaz de la menor concepción de orden metafísico. Lo primero que debe hacer quien verdaderamente quiere llegar al conocimiento metafísico es situarse fuera del tiempo, diríamos incluso situarse en el no-tiempo«.

Se podría objetar que la memoria permite, precisamente, restituir en un instante dado hechos que están registrados en el tiempo, incluso en épocas muy alejadas unas de otras, y que sería así una herramienta al servicio del no-tiempo, o que podría dar una buena imagen de éste.

Esto sería olvidar que la memoria está totalmente sometida a la cronología, ya que es la «conservadora» por excelencia. Hay entonces un verdadero abismo entre el eterno presente, o no-tiempo, y el recuerdo de acontecimientos que no pueden ser memorizados sino en el tiempo.

Es ésta la razón de que tal distinción sea de una extrema importancia, pues es a causa del aparente mecanismo de la memoria que el hombre experimenta grandes dificultades para evadirse de la condición temporal. Cuando Sri Nisargadatta Maharaj nos ofrece el ejemplo del niño que dice «yo» y, convertido en anciano, continúa diciendo «yo», nos hace entrever el no-tiempo del «Sí», absolutamente independiente de la memoria. Precisa incluso que nuestros miedos son el producto del recuerdo de nuestros dolores, y que nuestros deseos nacen del recuerdo de nuestros placeres.

Así, quienes entran en la iniciación deben comprender que la metodología ritual que practican, lejos de beneficiarse de sus adquisiciones profanas, tiende, por el contrario, a ponerlas en duda.

Ciertamente, como dice Guénon, «estos medios podrán, en el punto de partida, ser casi indefinidamente variados, pues, para cada individuo, deberán ser apropiados a su naturaleza especial, conforme a sus aptitudes y sus disposiciones particulares».

Pero añade que «no hay ninguna dificultad en reconocer que no existe medida común entre la realización metafísica y los medios que conducen a ella, o, si se prefiere, que la preparan. Ésta es por otra parte la razón de que ninguno de estos medios sea necesario, de una necesidad absoluta; o, al menos, no hay sino una sola preparación verdaderamente indispensable, y es el conocimiento teórico».

Observamos así inmediatamente que el conocimiento teórico no precisa de la ayuda de la memoria, puesto que se apoya en principios inmutables y no en la sucesión aparente de los efectos que pueden ocasionarse y que, por otra parte, son lo único que puede ser memorizado.

Incluso el conocimiento teórico, según nos dice Guénon, «no podría llegar muy lejos sin un medio al que debemos considerar como el que desempeñará el papel más importante y más constante: este medio es la concentración… Todos los demás no son sino secundarios con respecto a éste; sirven sobre todo para favorecer la concentración y para armonizar entre sí los diferentes elementos de la individualidad humana, a fin de preparar la comunicación efectiva entre esta individualidad y los estados superiores del ser».

Ahora bien, esta «concentración», que puede ser identificada con la «meditación», es la actitud opuesta al acto de memorización, que es la expresión misma de la exteriorización de las cosas individuales memorizadas.

Y para volver de nuevo a nuestro anterior artículo, no se puede, «geométricamente», situar mejor y simbolizar esta «concentración» sino en la Punta de la Piedra cúbica, donde no puede subsistir ningún acto de memorización.

Observemos, por lo demás, que la memoria no está sometida sólo a las condiciones temporales: ella comprende igualmente las condiciones espaciales, en la medida en que lo que tiende a conservar pertenece también al dominio de la forma. Ya se trate de fórmulas matemáticas, de conceptos sobre la materia, de cosmología, de imágenes del pasado o incluso de reglas gramaticales, todos nuestros recuerdos revisten, más o menos, una cierta forma espacial que contribuye, por su propia naturaleza, a facilitar la memorización. Y, quizá, reflexionando un poco, descubramos que es ésta la condición necesaria de la memorización.

Ahora bien, nos dice Guénon que la segunda fase de la realización metafísica «se refiere a los estados supra-individuales, pero todavía condicionados, aunque sus condiciones sean distintas a las del estado humano… Lo que se supera es el mundo de las formas en su acepción más general, comprendiendo aquí todos los estados individuales, sean cuales sean, pues la forma es la condición común a todos estos estados, aquella por la que se define la individualidad como tal. El ser que ya no puede ser llamado humano ha escapado a la «corriente de las formas», según la expresión extremo-oriental».

Así, la vía de realización metafísica impone, desde su inicio, el abandono de las condiciones a la vez temporales y espaciales, que son, precisamente, las condiciones de la existencia, del ejercicio y del aprovechamiento de la memoria. Se comprenderá entonces no solamente la inutilidad de ésta en la búsqueda metafísica, sino igualmente su verdadera nocividad con respecto al esfuerzo de superación que esta búsqueda exige.

Pero hay más. Tras haber expuesto las dos principales fases de la progresión en el verdadero conocimiento, René Guénon precisa que «por elevados que sean estos estados con respecto al estado humano, por alejados que estén de éste, no son aún sino relativos, y ello es verdad incluso del más alto de ellos, el que corresponde al principio de toda manifestación. Su posesión no es entonces más que un resultado transitorio, que no debe ser confundido con el objetivo último de la realización metafísica; es más allá del ser donde reside este objetivo, con respecto al cual todo el resto no es más que encauzamiento y preparación. Este objetivo supremo es el estado absolutamente incondicionado, liberado de toda limitación».

Incluso para el debutante que se atiene todavía a la «letra» de lo que dice René Guénon aparece totalmente evidente que en este camino toda utilización de la memoria está absolutamente excluida, no pudiendo ésta en modo alguno franquear las condiciones limitativas que la justifican necesariamente, como por definición.

Se comprende así que la «vía masónica», a la que consideramos como esencialmente metafísica, no podría consistir en acumular «conocimientos», con la ayuda no solamente del intelecto, sino también de la memoria. Pues esta vía simbólica de «constructores» es, por la inversión normal de los símbolos, una vía de «destrucción de las ilusiones» en vistas a la comprensión de lo «Real».

Como dice René Guénon, «incluso todo lo que se puede expresar no es literalmente nada con respecto a lo que supera toda expresión, al igual que lo finito, sea cual sea su magnitud, es nulo frente a lo Infinito».

Por lo demás, la extrema punta de la flecha de las catedrales no es para la memoria sino las «piedras» que ella sintetiza.

NOTA:

(1). Vers la Tradition, nº 60, junio-julio-agosto de 1995. 

(Artículo publicado en la revista francesa «Vers la Tradition», nº 62, enero-febrero de 1996).

Fuente del escrito: www.oocities.org