Desde los tiempos más remotos, el hombre siempre ha dejado constancia, tanto de sus actividades, de los instrumentos que utilizaba cotidianamente y de los animales cazados o con los cuales convivían, así como de sus propios pies y manos abiertas, según se ha podido observar en pinturas y grabados hallados en numerosas cuevas, grutas y cavernas de Europa, Asia y Mesoamérica.
Las manos conforman una enorme central energética debido a la numerosa cantidad de venas, arterias finísimas y terminaciones nerviosas que llegan hasta ellas, las cuales se conectan y le transmiten al cerebro las sensaciones e informaciones que reciben, además de contribuir al movimiento de las manos en general y de sus dedos, producidos desde el antebrazo. De igual manera existe una estrecha relación entre las emociones registradas por el sistema nervioso central y la reactividad neuro vascular de las manos, que a nivel físico se traduce básicamente en cambios de temperatura, palidez, enrojecimiento o amoratamiento y una sobre actividad de las glándulas sudoríparas.
Las manos, órganos por excelencia del sentido del tacto, permiten palpar y obtener o complementar la información que se recibe mediante los otros sentidos como son la vista, el oído, el olfato y el gusto. Además, de expresar el sentir del ser humano, más fidedignamente que el habla.
En los rituales masónicos las manos tienen una especial importancia, en lo referente a sus signos y tocamientos, pues los mismos ciertamente constituyen un lenguaje que transmite una enseñanza profunda, puesto que surgen desde el subconsciente del ser humano.
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