GILBERTO ANTOLINEZ, Vislumbre Íntimo.

Así como la presencia de la Luz te es manifestada   por la obscuridad, así todas las cosas escondidas se manifiestan en sus contrarios.

Yalal ad-Din Ar-Rumi

“masnavi”[1]

Debo comenzar por confesar que cuando recibí la invitación para escribir unas cuartillas sobre Gilberto Antolinez, estuve a punto de declinar cortésmente tal encargo. Dos razones bullían en mi mente: por un lado, la estrecha amistad y los entrañables nexos espirituales que nos une y por el otro, lo muy poco inclinado que soy por el género panegírico. Además ¿cómo pueden exaltarse aún más, las virtudes naturales propias de todo hombre superior? Gilberto Antolinez no solo tiene mucho que dar, sino que también posee múltiples facetas, las mejores de ellas ignoradas.

Al repasar por el corazón tales reflexiones surgió en mi ánimo el noble concepto oriental del dharma o el principio fundamental que debe manifestarse en la actividad humana. Recordé también uno de los tres preceptos del Derecho Romano: suum quique tribuere (dar a cada uno lo que es debido). Y fue precisamente la idea del deber que es anuencia decidida por el corazón, lo que me hizo recordar cuanto debo a Gilberto Antolinez como parte de mi formación iniciática, desde el momento en que el Maestro Incógnito que nos abrió las puertas de la masonería operativa, nos constituyó a ambos en las “Dos Columnas del Templo de Manoah”[2]. A partir de entonces, ha existido siempre entre nosotros una empatía espiritual, un mutuo compartir de conocimientos y experiencias, en todo lo cual, siempre fue él quien aportó la mejor parte y quien respondía con generosidad a mis preguntas, aclaraba mis dudas y acrecentaba mi parcela patrimonial de conocimiento tradicional iniciático.

Dedicarle estas palabras es una manera de corresponderle en modestísima forma a los abundantes beneficios espirituales que tan generosa como desinteresadamente me proporcionó. Otra forma fue en el pasado, cuando pude transmitirle gran parte de cuanto logré alcanzar durante una serie de viajes a diversas partes de Europa y África, en mi permanente búsqueda de fuentes tradicionales del conocimiento iniciático. De tal modo, que cada vez que regresaba a Caracas le transmitía las iniciaciones u ordenaciones correspondientes. Fue de ese modo como Antolinez recibió, entre otros, los grados iniciáticos de la masonería operativa correspondientes a Maître-Elú-Cohen, C.B.C.S (Chevalier Bienfaisant de la Cité Santa), Profés y Grand Profés, así como la ordenación como sacerdote de la Iglesia Gnóstica Universal.

También recibió, a través de un ilustre venezolano iniciado en Japón, la tradición Zen-Buddhista, y por otros medios providenciales adquirió la más pura tradición iniciática del taoísmo. Todo lo cual, hace de Gilberto Antolinez un Hombre Síntesis que ha logrado configurar para sí mismo un método o ascesis interior que es su disciplina privada cotidiana, libre de connotaciones religiosas de ninguna naturaleza y sin proselitismo alguno. Me atrevo a afirma que Antolinez nació para ser un iniciado. Su origen lo enraíza con el druismo de la más pura estirpe, a través de sus antepasados españoles. Su apellido Antolinez, derivado de ante, tipo de alce, un cérvido de gran significado simbólico entre los proto-druidas y sus continuadores. De la palabra ante se derivan las voces antolín y antolinez. El antolín, según la tradición ya señalada, corresponde entre otras cosas a un genio de la naturaleza entre los proto-druidas que entraron a España por Galicia. Antas es también el nombre que entre los druidas se les daba a los instructores o maestros transmisores de la tradición iniciática. Los Siete Jueces de Castilla eran siete antas, uno de ellos era el abuelo del Cid Campeador, y fueron ellos los instructores de los Siete Infantes de Lara.

El cernunno de los galos era así llamado por sus largos cuernos de ciervo.

San Antolín de Burgos era sacerdote del Dios Cornunnos. El ante y el ciervo guardan una estrecha relación simbólica que encontramos curiosamente incorporada en el apellido de Cervantes. Cosas veredes, Sancho amigo…

Cuando surgen diversos temas de análisis e interés en las gratas charlas con Antolinez, nos sorprende la extraordinaria erudición que posee al respecto. Dudamos que pueda haber, al menos en Venezuela, alguien que pudiera comparársele como verdadera autoridad sobre los mismos. Quizás es por eso que algunos mediocres lo envidian sin remedio. Sin embargo, Antolinez es un venezolano excepcional, y pese a ello, siempre ha sido enemigo acérrimo del exhibicionismo y quienes estuvieron ayer y están hoy en condiciones de darlo a conocer a sus compatriotas, y de publicar cualquiera de sus tantas obras que permanecen inéditas, fueron indolentes ante la grandeza de sus conocimientos. Únicamente su magnífica obra Hacia el Indio y su Mundo logró la luz pública, gracias al Dr. Luis Beltrán Prieto Figueroa.

Se da el caso de personas que a pesar de reconocer que hay que rescatar del olvido y del desconocimiento al Gilberto Antolinez y de manifestar la necesidad de agrupar la enorme cantidad de sus escritos en volúmenes y darlos a la imprenta, cuando tienen la posibilidad de publicar al menos alguno de esos volúmenes[3],  no dicen ni una sola palabra al respecto. Lo que prueba una vez más que “del dicho al hecho hay mucho trecho”.

Y qué decir de tantos paisanos suyos muy bien acomodados, de buena posición social y política pero tan indiferentes ante su estrechez económica, que ni siquiera han tenido tiempo para acordarse de él y cuya cháritas cristiana  no aparece por ninguna parte.  En fin, cada uno es dueño de hacer lo que le plazca, pero ¿Y la consciencia?… Pues…bien, gracias.

Pero volvamos a las facetas múltiples de la piedra cúbica de Antolinez. Es un escritor de talla, de una pureza de lenguaje admirable; sin embargo, no creo que se le pueda asignar la etiqueta de un determinado género literario. Alguien en el pasado la calificó de ampulosa porque con seguridad desconoce lo que significa la elegancia expresiva de la buena prosa castellana. Antolinez es poeta, es etnólogo, antropólogo y sobre todo, es una verdadera autoridad en el ámbito iniciático y esotérico de la más pura tradición. Creo que en toda Latino América y en España no hay nadie que posea los conocimientos tan amplios sobre cosmologías indígenas pre-colombinas, como los que él posee.

¿Quién mejor que Antolinez puede hablar con verdadera autoridad y acierto sobre masonería?  Este año deberá cumplir sus bodas de plata masónicas,  pues nos iniciamos juntos en la Respetable Logia “Lealtad N° 19” de Caracas[4]. Pues bien, la masonería venezolana jamás se ha ocupado de Antolinez, En los archivos del Supremo Consejo del Grado 33° deben reposar sus magníficas balaustradas que presentó para el acceso a los grados capitulares. Conocí esos trabajos y puedo asegurar que son de una calidad inmejorable.

En el ámbito del indigenismo, el nombre de Gilberto Antolinez es como el de un padre o un protector; así lo expresan los propios indígenas, jefes de tribu, piaches o mohanes. Es un verdadero placer escucharlo explicar el esoterismo de las tradiciones indígenas. Con qué orgullo pregona su ancestro Chibcha de Hunzá y Jirajara de Táriba. Los llama “el grupo de mi sangre y de mi afecto”. En síntesis, Gilberto Antolinez es un venezolano de noble estirpe, al mismo tiempo que  un ciudadano del mundo, por su universalismo conceptual y práctico; es un sabio, más que un erudito, porque su vida está signada por la realización espiritual, que es la justa recompensa que todo iniciado logra alcanzar como salario por su esfuerzo en la búsqueda de su ser real y verdadero.

                                                                              Fermín Vale Amesti, Año 1997

                                                                                                                      


[1] Extenso poema escrito por Rumi, famoso poeta persa y sufí. (nota de la Editorial)

[2] Manoah,  miembro de la tribu de Dan fue el padre de Sansón. (nota de la Editorial)

[3] La obra de Gilberto Antolinez abarca más de 6 volúmenes (nota de la Editorial)

[4] La iniciación de Gilberto Antolinez tuvo lugar, el 4 de octubre de 1947 (nota de la Editorial)

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